20 April 2010

Metamorfosis

Hasta hace no mucho tiempo una pluma era una pluma (era una pluma). Es decir, que una pluma era, y es, un instrumento de escritura formado por una lámina metálica más o menos triangular –el plumín— con una ranura que permite la circulación de la tinta líquida desde el depósito hasta la punta inferior del triángulo.

Sí sabíamos que las había con plumín de oro y con plumín de acero inoxidable, que podían ser muy simples y austeras o casi lujuriosas en su decoración, que eran suaves o insufribles a la hora de escribir… Y que, a diferencia de los bolígrafos, no había que apretar.

Pero conforme nos educamos en esto de las plumas estilográficas aprendemos que el mundo es mucho más complejo. Los plumines, de repente, tienen carácter: algunos son rígidos, otros muestran cierta flexibilidad, y unos pocos se doblan casi como pinceles y pintan como tales. O dejan de ser simétricos y transforman la letra manuscrita. Asociado al plumín debe existir además un alimentador a la altura de las demandas de la escritura y descubrimos que hay plumas muy húmedas con mucha tinta en el punto y plumas muy secas con el flujo justo y hasta escaso.

Destripamos también mitos como el de que las plumas se hacen a la mano del dueño y no deben ser prestadas --¿cómo, entonces, hay un mercado de segunda mano tan activo?—; o ése que dice que hay que rodarlas y domarlas para que escriban bien… Benditas plumas japonesas.

O descubrimos las innovaciones tecnológicas en plumas antiguas; cómo evolucionan los sistemas de llenado, y los materiales, y las formas…

Poco a poco nos lanzamos a desensamblar alguna y a repararla. Compramos herramientas y buscamos esquemas técnicos de esa joya que tenemos entre las manos. Conseguimos papel de lija tan suave que parece terciopelo, y con mucho miedo nos aventuramos a pulir ese plumín que rasca un poco al escribir.

Sí, poco a poco, casi sin darnos cuenta, acumulamos plumas y conocimientos. Nos convertimos en aficionados o en obsesos. En acumuladores, o en usuarios apasionados, o en buscadores infatigables. Gastamos más dinero del que esperábamos en unos objetos ciertamente obsoletos. Pasamos como seres extraños ante los pocos amigos que saben de nuestra afición. Y hasta evitamos hablar de ella para evitar preguntas comprometidas: ¿cuántas plumas tienes? ¿Cuánto te ha costado ésa que tienes ahí? ¿Para qué tantas?



En fin, el proceso se ha completado. La metamorfosis es total. Somos unos otaku de las plumas.


(Pilot Elite Pocket Pen con plumín Script – Pilot Black)

Bruno Taut
Inagi, 14 de abril, 2010
[labels: estilofilia]

2 comments:

anele said...

Hola... ¡¡¿Bruno??!! XDDDDDD
Bueno, veo que soy la primera en romper filas...

A ver, ¿por dónde empiezo? ¡qué de cosas me vienen a la cabeza leyendo tu post! (y cuántas a los labios, pero me los voy a morder, ¡lo juro!).Otakus, acumuladores, usuarios apasionados, buscadores infatigables... ejem, no sé de qué me suena. Creo que conozco a alguien que encaja en todos esos calificativos (en realidad, a más de uno).

Espero poder iniciarme en el intrincado mundo de las plumas, aunque, si soy sincera, me da un poco de miedo. Estoy empezando a pensar que son auténticas herramientas de abducción, ja, ja.

Bienvenido a la blogosfera.

Bruno Taut said...

Gracias por abrir fuego. Y, por favor, no te muerdas la lengua, no te reprimas. Escribe cuanto quieras. Estás en tu casa.

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