Para Kinno-san.
Las plumas estilográficas se hicieron para escribir. Ahora bien, ¿cuánto en verdad escribimos con ellas?
Mucho me temo que muy poco. Por un lado, porque cada vez escribimos menos a mano, y el mejor instrumento de escritura posiblemente sea un teclado de ordenador. Por otro, muchos coleccionistas tienen las plumas de adorno. Algunos ni siquiera las entintan por miedo a que pierdan valor.
Luego está el uso que le damos a cada pluma. Al fin y al cabo solo escribimos con una al tiempo. Así que la pregunta de para qué necesitamos tantas es muy legítima. Pero los coleccionistas preferimos ignorar esa cuestión y nos lanzamos a acaparar estilográficas con mejor o peor criterio.
Y sin embargo, algunos de nosotros queremos usar todas las plumas que poseemos e intentamos una rotación de modo que sigan un turno más o menos riguroso. Pero ese turno en seguida resulta insuficiente para usar todas las plumas en un plazo razonable. Si una carga de tinta dura una semana, en un año podremos emplear unas cincuenta plumas. Así, alguien que tenga diez plumas, una cantidad más bien modesta, usaría cada una de ellas un promedio de cinco semanas al año. Y en realidad, hay muchas plumas que apenas prueban la tinta o que difícilmente llegan a tocar el papel. El ritmo de compra puede ser tal que la lista de espera para ser entintadas puede ser desesperantemente larga.
En mi caso, a día de hoy, confieso que esa lista es de unas quince plumas, y no es raro que perdamos el rastro de alguna de esas que tanta ilusión nos hizo cuando la vimos por primera vez.
Sí, la conclusión es que compramos a un ritmo más alto del que escribimos, Y ésa es la prueba más palpable de lo absurdo de esta afición.
Somos como los indios: tenemos las plumas, básicamente, de adorno.
Bruno Taut
(Inagi, 29 de abril de 2010)
[labels: estilofilia]
(Inagi, 29 de abril de 2010)
[labels: estilofilia]
1 comment:
Muy bueno y muy cierto. Ahora me doy cuenta de que tengo un indio en casa, jaaa, jaaa.
Pero ¿absurdo? No puedo estar más en desacuerdo contigo. Ninguna afición resulta absurda, el simple hecho de la satisfacción que proporciona ya es algo que merece la pena. La búsqueda, la sorpresa al encontrar algo especial, las tremedas dudas (¿lo compro o no lo compro?) y esa lucha interna (aunque hay quienes ofrecen poca resistencia, ejem), esa euforia que te llena cuando regresas a casa con tu "tesoro",...
Y el placer de revisar tu colección de tanto en tanto, relamiéndote.
Pero si todo eso es muy bonitoooooooooo!!
Además, al fin y al cabo, en este caso se trata de objetos prácticos y artesanales.
En el fondo es casi como una terapia, ja, ja. Así que aunque sólo sea por eso, merece la pena.
Se nota que soy coleccionista acérrima, y no pienso dejar de serlo nunca, nunca :)
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